26 de enero de 2013

TOP-10 de 2012

No me resisto al entretenido juego de publicar mi selección de películas favoritas estrenadas/vistas durante el pasado 2012. Lo cierto es que en este sentido, es un año aburrido, porque ha habido un quórum sorprendente entre este tipo de clasificaciones, y no voy a descubrir ninguna joya oculta (de hecho, 6 de las películas aparecieron en entradas anteriores del blog), pero a título personal, me resulta útil hacer este pequeño resumen del "curso cinéfilo".



10) Un amor de juventud (Un amour de jeunesse), de Mia Hansen-Løve

Esta joven directora se hace con un buen lugar entre lo mejor del año con una obra no demasiado original en su temática (ni en su título, ciertamente), pero con una narrativa tan sencilla como impecable y un naturalismo y un vigor pasmosos, de los que a mí solo parece capaz el cine francés. Una pequeña delicia que lo es por su sencillez y falta de pretensiones. También por su encantadora actriz protagonista, Lola Créton, y lo directo, conciso y fresco que resulta el acercamiento a su desarrollo intelectual y afectivo, a su transformación de la adolescencia a la madurez.




9) Take shelter, de Jeff Nichols

Quizá la propuesta más comercial de mi selección, un drama familiar construido alrededor de una base de terror psicológico. Aupada por el enorme (literalmente) Michael Shannon, la película es trepidante, aun requiriendo de trucos sencillos y un tanto efectistas pero nada baratos. La narración es impecable, y la envolvente atmósfera que construye Nichols es de manual de cinematografía. Leer más.



8) Fausto (Faust), de Aleksandr Sokurov

Sokurov y Goethe juntos, sin duda una combinación llamativa, aunque bien resultona en esta enésima pero singularísima adaptación de Fausto. Una puesta en escena vaporosa y la prodigiosa cámara del cineasta ruso sumen al espectador en un agradable letargo de principio a fin. Una experiencia similar a entrar en un cuadro de época, es curioso como este es en cierto modo el Fausto menos serio y trascendente en cine que recuerdo, no porque no lo sea, sino por cómo seducen, a otro nivel, sus imágenes fabulosas de un gusto exquisito. Es un Sokurov que incluso invita al relax, pese a lo oscuro y lo macabro que esconde. Desde luego, algo al alcance de pocos. Leer más.




7) Mátalos suavemente (Killing them softly), de Andrew Dominik

Cinco años después de filmar uno de los mejores westerns del siglo XXI, Dominik regresa con otro western esta vez ambientado en el siglo XXI. Eso es lo que es Killing them softly, una película con un aura de decadencia y con olor a fin de una era, eso que gusta llamar crepuscular. Sigue habiendo pistoleros y bandas de criminales, olor a sangre y a pólvora. Matones de poca monta y antiguos héroes del hampa caídos en desgracia. Un retrato, con fotografía de lujo, del mundo del crimen en la América de Obama, alicaído y tristón al mismo tiempo que tremendamente cínico. Brad Pitt está en el mejor momento de su carrera y James Gandolfini protagoniza las mejores escenas del filme. Dominik se confirma como un autor norteamericano de mirada penetrante, nada grandilocuente, sino con una cierta dejadez y pesadumbre. 




6) Casa de tolerancia (L'Apollonide: Souvenirs de la maison close), de Bertrand Bonello

Un paseo por un prostíbulo francés en los albores del siglo XX, pero con himnos soul de Lee Moses y un epílogo/elipsis que deja claro que no es un mero retrato de época sino una reflexión de alcance eterno y universal sobre el desamor y la soledad. Desgarradora y tierna, y filmada en unos espacios de gran personalidad y vida propia, donde el tiempo parece detenerse pero al mismo tiempo transcurre inexorablemente para las chicas condenadas a vagar por sus decorados salones mientras coquetean con sus sueños de libertad. Casa de tolerancia se sitúa grácilmente en el punto de equilibrio entre un erotismo cándido y una radiante hermosura natural, transparente y directa.



5) Moonrise Kingdom, de Wes Anderson

Wes, Wes y más Wes. La fórmula de siempre, con la misma efectividad de siempre, y eso de por sí ya es loable. Pese a la combinación de nostalgia y tristeza que hay en todas sus películas, incluso por encima de los toques de absurdo y comedia, Wes Anderson es una de mis medicinas antidepresivas favoritas, de las que consumiéndolas te entran ganas de que la vida sea así. Pocos cineastas tienen la habilidad de generar en mí un estado de ánimo tan placentero a pesar de abusar de excentricidad pop y dosis de frikismo. Moonrise kingdom es un enorme cóctel de zumos exóticos y colores bonitos y chillones, de cuidadosa preparación a cargo de profesionales bajo la batuta de un estupendo mezclador. De aquí a unas décadas, Wes Anderson no figurará en los libros de cine serio (léase con ironía), pero siempre ocupará un rinconcito inamovible en las experiencias cinéfilas de sus seguidores. Leer más.


4) Holy Motors, de Léos Carax

Me cansa y me irrita un poco que cuando una película deviene la niña mimada de la crítica, de repente parece que haya que quitarle méritos. El año pasado sucedió con El árbol de la vida, este año ha sucedido con Holy Motors. Creo yo que es mucho más sencillo, o el filme te gusta, o no te gusta, o te gusta mucho, o te gusta un poco. En mi opinión, es una película mayúscula, colosal, que objetivamente tiene todo el derecho a coronar estas inútiles listas que hacemos los aficionados (si yo no la pongo más arriba, es porque subjetivamente me han llegado más las que enumero después). Arrebatadora y con un protagonista soberbio, un Denis Lavant en estado de gracia, le queda diminuta la manida descripción de “homenaje al cine”, aunque en efecto eso es, como muestra una de sus primeras imágenes, Monsieur Oscar observando desde atrás, en penumbra, una sala de cine. Holy Motors se refiere a la fusión entre el actor y el personaje, la fusión entre ambos lados de la pantalla, y lleva esta interacción cada vez más lejos, con osadía y maliciosa astucia, confundiendo y maravillando al espectador, que cae en la trampa engañado como un chino. A cada episodio que pasa seguimos confiando en volver a la realidad, en despertar del sueño, pero no hacemos sino caer en uno nuevo, todavía más desconcertante. Holy Motors es un viaje alucinado y poético, por las calles de París y por el profundo e insondable cauce de todas las historias, géneros y mitos del cine.



3) The Deep Blue Sea, de Terence Davies

Entre augustos representantes del cine más contemporáneo, lúcido y atrevido que figuran en este listado, se encarama al podio una película algo más modesta en apariencia pero resplandeciente y cálida como mil soles. Egregia lección de cinematografía a la cual no puede objetársele ni una coma, ni un plano, ni un segundo. Con The Deep Blue Sea, el tiempo se detiene, el ahora deja de existir, y los sesudos debates sobre la forma, el arte o la palabra en el cine pierden todo el sentido, se hacen ridículamente pequeños y nimios ante la hermosura de un cuento de amor. De esta película no se habla, sino que se vive y se comparte. Se mira una y otra vez, uno se emborracha y se embadurna de ella. Olvídense de comparaciones con los pesos pesados de la temporada, porque no vale la pena. The Deep Blue Sea juega en otra liga, en otro universo de distinta composición. Leer más.


2) El caballo de Turín (A Torinói ló), de Béla Tarr

El último filme de la carrera como director de Béla Tarr, uno de los cineastas más claves y vanguardistas de las dos décadas pasadas, es una experiencia sensorial estremecedora, una propuesta terrorífica de lo que podría ser el fin del mundo. Las tinieblas y la hojarasca danzando al viento como única, seca y desnuda representación de la vida que se consume. El caballo de Turín es evidentemente un desafío a la capacidad de concentración del espectador, víctima de su propia radicalidad y estilo, como le pasó a Lynch con Inland Empire, pero aun así es uno de los visionados más devastadores de los últimos tiempos. Leer más.


1) Cosmopolis, de David Cronenberg

Un espejo de la más novísima actualidad, una fabulosa reconstrucción de la cuna más cool de la civilización. Un road trip en limusina de la persona más poderosa del mundo, aquella que lo tiene todo y quiere más, pero a la que al mismo tiempo no le importa nada. Cronenberg acierta de pleno con una puesta en escena poco usual en él, luces de neón y mastodónticos rascacielos de cristal envueltos por una banda sonora de música electrónica. El gran teatro del capitalismo y sus actores son retratados de un modo tan veraz y real como grotesco y caricaturesco, divertido y tremendamente inspirado. Cosmopolis es puro regocijo toda ella, la película del ahora y del mañana, la decadencia y excesos siglo XXI en carne viva. Leer más.

15 de enero de 2013

The master (Paul Thomas Anderson)



[The master, 2012, Paul Thomas Anderson]

Aquello de que cuanto más arriba se sube, más dura será la caída, por fortuna no es aplicable a Paul Thomas Anderson. Porque no ha llegado ni mucho menos tan arriba. No sé por qué tantos parecían esperar una cegadora obra maestra, pero francamente me alegro en primer lugar por su joven director. Es un gran director y se merece seguir haciendo buenas películas (que espero y estoy convencido de que las hará), pero ya le va bien haber moderado lo que se auguraba como un ascenso fulgurante. 


Indudablemente Anderson tiene una fuerte personalidad cinematográfica y una apasionada voluntad creativa, lo cual es de agradecer. Entre otras cosas, por eso ha escrito todos los filmes que ha dirigido, lo que en esta ocasión le ha hecho pegarse este pequeño y eficaz batacazo. A pesar de momentos de gran brillantez, su última película se tropieza por llevar unos zapatos demasiado grandes. Aquí los zapatos se llaman Joaquim Phoenix y Philip Seymour Hoffman, que siendo indudablemente lo mejor de la película son asimismo su lastre.



Lo que menos me interesa es si Anderson quiere hablar de las sectas o de lo maleable que puede ser el carácter del hombre. El mensaje en sí no resulta especialmente novedoso, y supongo que a él tampoco debía parecérselo porque vuelca toda su energía en las "performances" de los actores esperando que ellos se bastarán por sí solos. Con Pozos de ambición la jugada le salió bien, pero igual es que solo había un personaje, y aquí hay dos que se quieren despellejar entre sí. La película se convierte en un campo de batalla entre Seymour Hoffman y Phoenix y lo único que uno acaba pensando es quién mola más. Cuál será el próximo numerito que hará cada uno. Phoenix dando vueltas a una habitación con los ojos cerrados golpeando las paredes, versus Seymour Hoffman en moto a grito pelado. Algo así. Y fiándolo todo a esta carta, Anderson se olvida de desarrollar conflictos reales que puedan estar a la altura de semejante histrionismo (porque por ejemplo, otro director más modosito podría haber hecho una buena historia con la trama de la joven vecina enamorada).


The master es una película que destila el evidente talento de Paul Thomas Anderson derrochado a raudales. Bellas secuencias y planos, un tono de grandeza y unas interpretaciones interestelares que terminan por no llegar a ningún lado. La parte más emocionante es sin duda el principio, la más silenciosa, la más comedida y la más sugerente: la presentación del protagonista, la definición cuidadosa y nada excesiva de su lunatismo y alcoholismo. Hasta la llegada al barco, Anderson evoca el inconmensurable arranque de su anterior filme con un tempo y un montaje similares. Pero nos quedamos a la espera, y la película no arranca, no despega, sigue dando tumbos, a la deriva, entre chillidos y espasmos. La oportunidad final llega tras una larga elipsis, cuando los personajes se reencuentran en un "grand scenario" que otra trae a la memoria la bolera de Pozos de ambición, y que de nuevo se desvanece sin formalizar nada. Irónicamente, The master resulta incluso aburrida. Pero honestamente, no quiero recrearme más en ella. Estoy convencido de que la próxima le saldrá mejor, y eso ya es mucho.


Puntuación: 2,5 / 5