26 de julio de 2012

Delitos y faltas (Woody Allen)

[Crimes and misdemeanors, 1989, Woody Allen]

Si tuviera que escoger la muestra más perfecta y concisa del cine de Woody Allen, probablemente me decidiría por "Delitos y faltas". Quizás no sea su mejor obra, ni la más genial, ni la más divertida, pero precisamente por no excederse y recrearse demasiado, precisamente por estar contenidos genio, ingenio y labia de Allen, es una deliciosa película estupendamente cronometrada, que funciona como un reloj de precisión con un complicado mecanismo para producir un resultado de lo más sencillo.

                “Delitos y faltas” culmina el periodo dorado de la filmografía de Allen, que para mí es la segunda mitad de los años 80 (para otros será quizás los 70, pero "Manhattan" y "Annie Hall" siempre me han parecido demasiado estridentes y verborreicas). Tras las célebres y celebradas "La rosa púrpura del Cairo” y “Hannah y sus hermanas”, Woody filmó dos soberbios y potentísimos dramas, algo menos conocidos y en los que no participó como actor, "Septiembre" y "Otra mujer", a los que sucedió la película que nos ocupa. Su gran interés radica en que el cineasta entrelaza en ella dos historias que son los paradigmas de su modo de narrar, y que anteriormente se habían manifestado de forma separada (como han seguido haciendo).

                De la primera vez que la vi guardaba el recuerdo de que una trama era considerablemente más sólida que la otra, es decir, que existía una trama principal y otra secundaria. Puede que incluso el propio Allen pensara de esa manera. Por supuesto, son muy comunes en sus películas múltiples tramas que afectan a un catálogo coral de personajes; sin embargo, en "Delitos y faltas" se busca intencionadamente una separación de las dos historias, aunque los personajes que las protagonizan se crucen y se conozcan entre ellos, hasta que al final se encuentran de forma prácticamente casual. Así, el primer protagonista es el oftalmólogo Judah (Martin Landau), un hombre maduro de gran éxito social y económico que tiene que lidiar de manera drástica con su amante (Anjelica Huston) cuando esta amenaza con revelar a su esposa la aventura que han tenido. El otro es Cliff (Allen), insatisfecho con su carrera de creador audiovisual y con su matrimonio, que conoce a la productora Halley (Mia Farrow) filmando un documental acerca de su insoportable cuñado Lester (Alan Alda). Seguramente el hecho de que Allen, absolutamente incapaz de salirse de su estanco registro de personajes, protagonice esta segunda trama, hace que bajemos un poco la guardia y nos tomemos menos en serio su frustrado romance con Halley aderezado con las clásicas escenitas en restaurantes, paseos por el parque y conversaciones intelectuales al uso. Y es que por otro lado, la historia de Judah es excelente y con un ritmo y un tono muy inusuales: evidentemente sin el toque cómico/patético que suele rodear a Allen cuando actúa, este segmento se adentra en el noir con referencias a Fritz Lang y su obsesión por la conciencia y la culpa. Resumiendo: sí, es muy fácil que de primeras nos cautive mucho más la lucha moral de Judah debatiéndose entre asesinar o no a su molesta amante.

                Pero, reflexionando un poco, ¿no es un gran mérito el de Allen el hacer convivir simultáneamente esas dos tramas aparentemente dispares? "Delitos y faltas" dura 100 minutos, y en ese tiempo se condensan y se alternan con un montaje sobresaliente dos historias que podrían dar para una película entera, como de hecho dan: no hay más que mirar los otros filmes en que actúa Allen para ver enésimas versiones alargadas del segundo segmento. Y en cuanto al primero tenemos una comparación que clama al cielo: "Match Point", posiblemente la mejor y más ambiciosa película de Allen de los últimos diez o doce años, es un telefilme recargado y sobreexplicado (124 minutos frente a unos 50) en comparación con la maestría narrativa de la trama de Judah en “Delitos y faltas”. Me imagino cómo sería un montaje alternativo de la película únicamente con las secuencias de esta trama, que incluyen desde flashbacks hasta una escena medio onírica en la que un atribulado Judah interactúa con sus ancestros, y el mediometraje resultante serviría como un excelente y pedagógico ejemplo de cómo contar un intenso relato desde la concisión y moderación. Pero es que para más inri, por si esto fuera poco, Allen aprovecha los 50 minutos restantes que le quedan para, en las elipsis entre escenas de la primera historia ¡contar una segunda!, una segunda que en comparación, admitámoslo, es más ligera y fácil, “à la Allen”, pero que aun así se encuentra entre lo mejorcito suyo. 

                Escribiendo esta entrada me he dado cuenta de que me gusta tanto "Delitos y faltas" porque es un Woody minimalista. Mis favoritas suyas, esta al margen, son las que he citado antes y alguna otra como “Interiores”, pero “Delitos y faltas” es una condensación, por partida doble, de lo mejor de Woody, eliminando justamente la paja y florituras que normalmente suelen molestarme de su cine. Una delicatessen, que sacia del todo sin llegar a empachar.

Puntuación: 4,5 / 5






20 de julio de 2012

Moonrise Kingdom (Wes Anderson)

 
[Moonrise Kingdom, 2012, Wes Anderson]

Me produce un confortable e infantil placer saber que cada dos o tres años hay un nuevo estreno de Wes Anderson. Lógicamente, hay muchos directores contemporáneos a los que sigo con interés, pero ningún otro me vuelve tan sensible y diría que la ilusión con la que espero su siguiente película no es igual a ninguna otra. Una de las estrategias más evidentes de Wes Anderson es haber fidelizado a una audiencia con un cine muy específico. No me refiero solamente a sus temas o a cómo filma desde un punto de vista formal, sino a una sensación de como si por el celuloide corriera su mismísima sangre. Creo que solo Tim Burton, Hayao Miyazaki o Terry Gilliam (con la sombra de Fellini planeando por encima) son comparables con Anderson, en cuanto a lo imaginativo, lo rico y lo peculiar del universo que florece en sus películas. Anderson, como Burton y Miyazaki, es un maravilloso cuentacuentos. 


Tenía el ligero temor de que "Moonrise Kingdom" pudiera dar muestras de un cierto cansancio, que Anderson comenzara a abusar de sí mismo y a repetirse. De hecho, quizá a algunos se lo parezca, pero yo creo que está fresquísimo y con las pilas cargadas al máximo. Lo cierto es que tampoco arriesga mucho y juega sobre seguro. Es decir, "Moonrise Kingdom" es un Wes Anderson puro, y así como en “Fantástico Sr.Fox” hizo una apuesta por la animación, no se percibe en esta ninguna intención de explorar nuevos terrenos. Es más, es incluso el filme que posiblemente bebe más de los anteriores; en concreto, de “Life aquatic", lo que se aprecia hasta en secuencias (como el redactado/narración de cartas) y movimientos de cámara muy específicos (como cuando se describe la vivienda inicial al principio del filme).

La acción transcurre en un escenario muy propio de Anderson: New Penzance, una diminuta isla de Nueva Inglaterra (inventada, por supuesto). Uno de los frecuentes y curiosos personajes secundarios habla a la cámara al comienzo de la película para proporcionar al espectador la información más trivial y anecdótica acerca del lugar. Así, a través de escuetas y divertidas pinceladas enseguida conocemos a todos los personajes y se presenta el conflicto: el joven scout Sam, huérfano de padres, se fuga con su enamorada Suzy, la mayor de los cuatro hijos de un plomizo matrimonio de abogados. La película cubre su huida a través de los pintorescos paisajes de New Penzance mientras todos tratan de hallarlos.


Los clásicos héroes lunáticos de Anderson son en esta ocasión una pareja de niños, y el cineasta deja en evidencia al mundo de los adultos, desplegando una vez más su fantasía repleta de inteligente humor contenido, cariño y unas gotas de melancolía. No me cuesta nada pensar en Sam como el propio Anderson, o quizás en Ward, el jefe de los scouts, un simpático e inocente personaje que interpreta estupendamente Edward Norton pero que parece escrito para Owen Wilson, protagonista incondicional y esencial del cine de Anderson, del que se ausenta por primera vez. Ward es el puente entre el país de las maravillas andersoniano y el mundo real, entre la pareja de infantiles amantes y las personas mayores, retratadas de manera incluso mordaz. Desde los padres de Suzy, (unos cansados, feos y mal envejecidos Bill Murray y Frances McDormand) hasta el líder del gran campamento scout a quien le estalla una cabaña llena de petardos (Harvey Keitel en horas bajas) pasando por la rígida y fría asistente de los "Servicios Sociales" que quiere llevar a Sam al orfanato (Tilda Swinton vestida con una ridícula capa estilo superhéroe). El más ambiguo es el capitán Sharp, encarnado por un inusitadamente genial Bruce Willis, el triste y solitario policía de la isla que vive en una caravana y tiene una descafeinada aventura con la madre de Suzy, pero que acaba cogiendo afecto a Sam y es el único 'adulto real' que rompe una lanza a favor de los niños. 


En lo visual, “Moonrise Kingdom” está repleta de iconos y elementos andersonianos. Los scouts son uno de los mejores, con sus uniformecitos, sus insignias y su ridícula e inútil pero estimable jerarquía (otro guiño al equipo de Steve Zissou). Hay momentazos cien por cien Anderson, como cuando Sam abandona la representación teatral del Diluvio Universal y el travelling que lo acompaña muestra a docenas de niños disfrazados de animales en parejas preparados para entrar en escena. La pasión/fetichismo del cineasta por los gadgets y por los detalles se multiplica y de nuevo Sam y Suzy son el reflejo de Anderson en el espejo, cuando para fugarse se llevan consigo un tocadiscos, comida para gatos y una maleta repleta de libros de magia y aventuras.

Pero por encima de la extravagancia de sus bromas y sus gags, de la belleza y el encanto naíf de sus personajes y sus escenarios, "Moonrise Kingdom" es una preciosa historia de amor. Algunas escenas son de gran ternura: él defendiéndola a ella con un rifle de juguete frente al resto de scouts que vienen a capturarlos, clavándole los pendientes en las orejas en una dulce alusión a la pérdida de la virginidad, o ambos cruzando las islas en búsqueda de su primo scout para que los case. Por el contrario, otras son de fuerte intensidad dramática, amenazan con abandonar el tono cómico y ligero y transformar súbitamente la película en una tragedia: el rayo, la inundación y la secuencia final en el campanario. He aquí lo delicioso del cine de Anderson, su habilidad de cuentacuentos a través de la mezcolanza de registros narrativos y un poderío y una personalidad estética únicas. Un cine puro, límpido y muy hermoso.



No quiero terminar el artículo sin referirme a los colaboradores en el plano artístico que hacen que el universo andersoniano en "Moonrise Kingdom" vuelva a ser, de nuevo, espléndido, divertidísimo, y lleno de energía y originalidad. La fotografía de Robert D. Yeoman y el diseño de decorados de Kris Moran (ambos habituales de Anderson), así como el diseño de vestuario a cargo de Kasia Walicka-Maimone derrochan un buen rollo y una frescura que ya quisieran para sí miles de acartonados y formalistas profesionales del gremio. Y la mención final es para Alexandre Desplat, seguramente uno de los mejores compositores del cine americano actual: la música es también importantísima en las películas de Anderson, y el francés ofrece un encantador recital de piezas que lo demuestran mejor que nunca.

Wes, lo has vuelto a conseguir. Sigue así, ya espero con ansias la próxima.

Puntuación: 4,5 / 5










7 de julio de 2012

El jardín de los Finzi Contini (Vittorio De Sica)


 
[Il giardino dei Finzi Contini, 1970, Vittorio De Sica]

Es curioso como en cine hay que temas, quizás por repetición, parecen provocar un cierto rechazo a veces casi instantáneo. Así sucede con el nazismo y el Holocausto, seguramente el ejemplo más sangrante; particularmente a mí me suele dar un poco de pereza ver una película dedicada a ello si el enfoque no tiene ningún aporte de originalidad. Este es el caso de "El jardín de los Finzi Contini", un afectado romance de trasfondo histórico teñido de solemnidad y seriedad. A pesar de que fue galardonada con el Oscar a mejor película extranjera y el Oso de Oro en Berlín, su perduración en el tiempo ha sido más bien discreta. Entre otras cosas, por el hecho de que Vittorio De Sica, eminente maestro del neorrealismo, es mucho mejor recordado por otros filmes, y de hecho “El jardín de los Finzi Contini” tiene aspecto de encargo (es una adaptación de un novelón de Giorgio Bassani) y fue realizado en una época de declive para De Sica.

En la ciudad norteña de Ferrara habitan diversas familias judías adineradas, entre ellas los Finzi Contini. La película retrata el auge del fascismo en los albores de la guerra y cómo repercute en los derechos y posición social de los judíos, además de personalmente en los protagonistas. Principalmente dos: Giorgio y Micòl, la hija de los Finzi Contini. En esa turbulenta atmósfera se desarrolla la relación entre ambos jóvenes y algún que otro amigo más.

“El jardín de los Finzi Contini” no es mala película, pero se queda a las puertas de ser una buena. O sea, de destacar, de sorprender, de enganchar, de proporcionar esa originalidad que mencionaba. Su academicismo echa mucho para atrás, todo en ella es bastante predecible y con regusto a conocido, desde la evolución del romance entre Giorgio y Micòl hasta escenas muy concretas, particularmente las que ofrecen esas mini-lecciones de historia sobre el impacto del fascismo (ej: cuando a Giorgio le echan de la biblioteca o a su familia no se le permite tener doncella por ser judíos). Toca decir aquello de que es una película con esqueleto de telefilme, sobre el que hay que poner mucha carne para intentar elevarla. Y hay que decir que De Sica se esfuerza mucho y lo consigue. 

Efectivamente, "El jardín de los Finzi Contini" (que pese a todo se deja ver muy bien) cuenta con dos inestimables aportaciones. La primera es la del director de fotografía Ennio Guarnieri, con quien De Sica filma las imágenes envueltas en un aura un tanto irreal, casi mágica, impregnadas de una borrosa neblina e iluminadas por una luz blanquecina y brillante que rescata un poco de personalidad propia para la película. La de la hermosísima Dominique Sanda que da vida a Micòl es la segunda y más importante colaboración y el motivo por el que quería escribir esta entrada (más bien, publicar las imágenes). Su rostro celestial es perfecto para el "mood" triste y bello con el que De Sica rueda en las calles, los salones y los jardines de Ferrara, y aunque quizás es un poco atrevido, un ejemplo de cómo la presencia y los primeros planos de una actriz pueden insuflar tanta sangre al celuloide. "El jardín de los Finzi Contini" es una de esas películas para ver una vez, a pesar de alguna secuencia inusitadamente brillante (las llamadas telefónicas anónimas a la casa de Giorgio mientras la familia canta reunida a la mesa)... salvo, tal vez, por el irresistible sol ardiente que es Dominique Sanda. A ella va dedicado el artículo.

Puntuación: 3 / 5





 












1 de julio de 2012

Cosmopolis (David Cronenberg)

[Cosmopolis, 2012, David Cronenberg]

Me imagino perfectamente contemplar y vivir "Cosmopolis" en el escenario de un teatro. Sería el medio idóneo para representar el paseo por el inframundo del joven multimillonario Eric Packer, las hipnotizantes y sedantes luces de su limusina, los microespacios en los que se representa su pesadillesco viaje y los turbadores toques de surrealismo que lo decoran. Aunque Don DeLillo también ha escrito teatro, su obra homónima en la que se basa la flamante y extraordinaria última película de David Cronenberg es una novela. Pero el cineasta canadiense, resucitado de la mejor y más oscura manera posible, atina a la perfección con la puesta en escena de este terrorífico y visionario relato.


Creo que “Cosmopolis” es un filme superlativo porque va a ser inmortal. "Observa el futuro”, reza el eslogan del póster en Polonia, donde ya se ha estrenado. La frase parece un poco barata, pero está clavada. "Cosmopolis" habla del ahora, pero es premonitoria, es una escalofriante e inteligentísima descripción de un tiempo que ya estamos viviendo sin ser conscientes de ello ni de cómo se agravará. Cronenberg se pone unas gafas de visión nocturna y desnuda la realidad contemporánea a través del personaje de Eric.

Salí del cine muy aturdido por la cantidad de sensaciones que me había provocado. Entre otras cosas, las conexiones con otras películas que inconscientemente establecí. "Cosmopolis" tiene en común con "El tiempo del lobo" de Michael Haneke, en cuanto a catastrofista y apocalíptica. Ambas hablan de destrucción, aunque llegan a ella por procedimientos distintos. Haneke lo hace a través de un retroceso, y Cronenberg a través del ultraprogreso. En "El tiempo del lobo” hay más fantasía, pero "Cosmopolis" es atronadoramente real. Asimismo, su estructura episódica me hizo pensar en "Los límites del control" de Jim Jarmusch, filme enigmático también narrado a través de un viaje y con referencias al éxtasis capitalista. Finalmente, su atmósfera decadente y futurista, la música, sus ambientes urbanos y gadgets que van desde los coches hasta las pistolas me remitieron inevitablemente a “Blade Runner”. Pero hay un parecido más importante que ese, y es que “Cosmopolis” podría ser una especie de relevo del clásico de Ridley Scott. En “Blade Runner” había robots y coches aéreos, en “Cosmopolis” no, pero pronto podría haberlos. Cronenberg regresa a su terreno por excelencia, la ciencia-ficción (con dosis de terror), aunque sea una ci-fi tan cercana a nosotros en espacio y en tiempo que no lo parezca. Como lo fue “Blade Runner” en su día, "Cosmopolis" es un paso más allá en un género que comienza a fusionarse con el presente.
 

Me resulta difícil no resaltar algo de la película. La puesta en escena es hermosísima, comenzando por su primer acto que transcurre en el interior de la limusina en la que Eric se desplaza de un extremo a otro de la ciudad para ir al peluquero. El vehículo está blindado literal y metafóricamente: su lujoso interior, sus sillones de cuero, sus pantallas táctiles y su profuso minibar son el propio Eric Packer. En esa cáscara de huevo recibe a gente pintoresca, asesores, colaboradores, amantes, colegas, a su esposa y al doctor que cada día le hace una revisión médica. El tratamiento del sonido es soberbio, no hay música más que en momentos muy puntuales, cero ruido ambiente excepto cuando se abren las puertas o ventanas de la limusina. Entonces entra la contaminación exterior y Eric se desgasta un poco en contacto con ella. El montaje es suave y fluido como la seda, con delicadas elipsis que no muestran a los personajes entrando y saliendo del coche, y que hacen de estos encuentros y conversaciones fugaces momentos vagamente irreales, oníricos, una bizarra composición de espectros fantasmales que se aparecen tan misteriosa y súbitamente como desaparecen. Este elenco de secundarios danzantes en torno a Eric está muy bien escogido, así como el telón de fondo que rodea la plácida travesía de la limusina, que se va tropezando desde con un multitudinario funeral de un rapero hasta con una manifestación anarquista que pintarrajea y lanza ratas contra el coche. La morbosa fascinación de Cronenberg por el cruce entre la carne, los organismos vivos y la tecnología regresa con mucha clase en “Cosmopolis”, y el cuerpo y la apariencia externa de Eric van sufriendo una degradación paralela a la de su negocio que se derrumba. Un in-crescendo de violencia, sexo, anomalías físicas y masoquismo envuelve al protagonista a lo largo de su viaje y a medida que va desconectándose cada vez más de su hogar blindado. La banda sonora de base electrónica de Howard Shore y Metric (que por cierto también recuerda mucho a la mítica de Vangelis) es el complemento definitivo a la embelesadora y hechizante construcción cinematográfica de Cronenberg.
 

¿Qué decir de los actores? Así como no sobra ninguno de los personajes secundarios, meticulosa y equilibradamente distribuidos a través de sus emplazamientos y diálogos, los actores que los encarnan les van como anillo al dedo, especialmente el gran Matthieu Amalric que supone un punto de inflexión en la ruta de Eric. Descoloca un poco Juliette Binoche en su rol, pero ella nunca puede fallar. Pero si alguien sorprende es un inmenso Robert Pattinson, que sustituyó al candidato previsto Colin Farell. A la velocidad de la luz se evaporan las dudas que cualquiera pueda tener acerca de su capacidad para quitarse de un plumazo y triturar su etiqueta de "chico-Crepúsculo" o de alguna de sus comedietas románticas. Como un orgulloso dios griego, imberbe y pálido, Pattinson consigue dominar una película enorme que fácilmente podría haberlo dominado a él, y captura con una memorable interpretación el espíritu y el trasfondo de excentricidad, nihilismo, locura, delirio capitalista e insoportable sofisticación tecnológica.


 Después de importantes desbarres, el mejor David Cronenberg ha vuelto. Pero no se trata del Cronenberg sucio, viscoso y underground de los 70 y 80, sino de un Cronenberg modernísimo, lúcido y profético. Debo verla más veces para modular mi euforia y ganar objetividad, pero creo que “Cosmopolis” va a ser la mejor película del año (pese a que está teniendo seria competencia) y de entre las mejores de la década. Un verdadero prodigio, una muestra excelsa de cine contemporáneo.

             Puntuación: 5 / 5