[Crimes
and misdemeanors, 1989, Woody Allen]
Si tuviera que escoger la muestra más
perfecta y concisa del cine de Woody Allen, probablemente me decidiría por
"Delitos y faltas". Quizás no sea su mejor obra, ni la más genial, ni
la más divertida, pero precisamente por no excederse y recrearse demasiado,
precisamente por estar contenidos genio, ingenio y labia de Allen, es una
deliciosa película estupendamente cronometrada, que funciona como un reloj de
precisión con un complicado mecanismo para producir un resultado de lo más
sencillo.
“Delitos
y faltas” culmina el periodo dorado de la filmografía de Allen, que para mí es
la segunda mitad de los años 80 (para otros será quizás los 70, pero
"Manhattan" y "Annie Hall" siempre me han parecido
demasiado estridentes y verborreicas). Tras las célebres y celebradas "La
rosa púrpura del Cairo” y “Hannah y sus hermanas”, Woody filmó dos soberbios y
potentísimos dramas, algo menos conocidos y en los que no participó como actor,
"Septiembre" y "Otra mujer", a los que sucedió la película
que nos ocupa. Su gran interés radica en que el cineasta entrelaza en ella dos
historias que son los paradigmas de su modo de narrar, y que anteriormente se
habían manifestado de forma separada (como han seguido haciendo).
De
la primera vez que la vi guardaba el recuerdo de que una trama era
considerablemente más sólida que la otra, es decir, que existía una trama
principal y otra secundaria. Puede que incluso el propio Allen pensara de esa
manera. Por supuesto, son muy comunes en sus películas múltiples tramas que
afectan a un catálogo coral de personajes; sin embargo, en "Delitos y
faltas" se busca intencionadamente una separación de las dos historias,
aunque los personajes que las protagonizan se crucen y se conozcan entre ellos,
hasta que al final se encuentran de forma prácticamente casual. Así, el primer
protagonista es el oftalmólogo Judah (Martin Landau), un hombre maduro de gran
éxito social y económico que tiene que lidiar de manera drástica con su amante
(Anjelica Huston) cuando esta amenaza con revelar a su esposa la aventura que
han tenido. El otro es Cliff (Allen), insatisfecho con su carrera de creador
audiovisual y con su matrimonio, que conoce a la productora Halley (Mia Farrow)
filmando un documental acerca de su insoportable cuñado Lester (Alan Alda).
Seguramente el hecho de que Allen, absolutamente incapaz de salirse de su
estanco registro de personajes, protagonice esta segunda trama, hace que
bajemos un poco la guardia y nos tomemos menos en serio su frustrado romance
con Halley aderezado con las clásicas escenitas en restaurantes, paseos por el
parque y conversaciones intelectuales al uso. Y es que por otro lado, la
historia de Judah es excelente y con un ritmo y un tono muy inusuales:
evidentemente sin el toque cómico/patético que suele rodear a Allen cuando
actúa, este segmento se adentra en el noir
con referencias a Fritz Lang y su obsesión por la conciencia y la culpa.
Resumiendo: sí, es muy fácil que de primeras nos cautive mucho más la lucha
moral de Judah debatiéndose entre asesinar o no a su molesta amante.
Pero,
reflexionando un poco, ¿no es un gran mérito el de Allen el hacer convivir
simultáneamente esas dos tramas aparentemente dispares? "Delitos y
faltas" dura 100 minutos, y en ese tiempo se condensan y se alternan con
un montaje sobresaliente dos historias que podrían dar para una película
entera, como de hecho dan: no hay más que mirar los otros filmes en que actúa
Allen para ver enésimas versiones alargadas del segundo segmento. Y en cuanto
al primero tenemos una comparación que clama al cielo: "Match Point",
posiblemente la mejor y más ambiciosa película de Allen de los últimos diez o
doce años, es un telefilme recargado y sobreexplicado (124 minutos frente a
unos 50) en comparación con la maestría narrativa de la trama de Judah en
“Delitos y faltas”. Me imagino cómo sería un montaje alternativo de la película
únicamente con las secuencias de esta trama, que incluyen desde flashbacks hasta una escena medio
onírica en la que un atribulado Judah interactúa con sus ancestros, y el mediometraje resultante serviría como un excelente y pedagógico ejemplo de cómo contar un
intenso relato desde la concisión y moderación. Pero es que para más inri, por
si esto fuera poco, Allen aprovecha los 50 minutos restantes que le quedan
para, en las elipsis entre escenas de la primera historia ¡contar una segunda!,
una segunda que en comparación, admitámoslo, es más ligera y fácil, “à la
Allen”, pero que aun así se encuentra entre lo mejorcito suyo.
Escribiendo
esta entrada me he dado cuenta de que me gusta tanto "Delitos y
faltas" porque es un Woody minimalista. Mis favoritas suyas, esta al
margen, son las que he citado antes y alguna otra como “Interiores”, pero
“Delitos y faltas” es una condensación, por partida doble, de lo mejor de Woody,
eliminando justamente la paja y florituras que normalmente suelen molestarme de
su cine. Una delicatessen, que sacia del todo sin llegar a empachar.
Puntuación: 4,5 / 5