27 de septiembre de 2012

Orgullo de estirpe (John Frankenheimer)


[The horsemen, 1971, John Frankenheimer]

Me disculpo por haber tenido este rincón tan abandonado últimamente. Asuntos de diversa índole me han mantenido alejado tanto del cine como de Internet, pero voy a intentar recuperar un mínimo de regularidad, ni que sea con pequeñas píldoras en lugar de comentarios más extensos. Y aunque entramos ya en el otoño o quizá precisamente por eso, escojo uno de mis apacibles y agradables visionados de este verano.

La película resumida en uno de sus detalles: cuando el viejo líder de los jinetes afganos dedica apenas tres segundos a alzar la mirada hacia el avión que surca el cielo a miles de kilómetros, para después volver su atención a sus asuntos con el desdén pintado en el rostro. “Orgullo de estirpe”, con ese rimbombante título en español, es agradablemente creíble en su intención de ser un cuento exótico, de caballos y desiertos, de viajes y retos personales, de honor y de tradiciones, muy lejos de la civilización que con sus aviones vaga por todo el planeta, ignorante de lo que se cuece en los ignotos y salvajes páramos del bello Afganistán.

Los principales aciertos se concretan en la ausencia de lo que hubieran sido importantes lastres, como por ejemplo centrar la historia en el animal o en un romance entre el príncipe Uraz (Omar Sharif) y la prostituta (Leigh Taylor-Young). Ahí se reconoce el buen hacer y la profesionalidad  de un guionista curtido como es Dalton Trumbo, y pese a que el filme destila una moraleja de superación personal y valores humanos, el tono es oscuro, sobrio y un poquitín ácido, bien apuntalado con diálogos serios y actores convincentes. Con todo, el artista más visible del conjunto no es otro que John Frankenheimer, que se tomó el proyecto con mucho más interés del que podría esperarse y se fue a rodar mismísimo Afganistán (bueno, también filmó fragmentos en el sur de España, que debe parecerse). Una fotografía paisajística impresionante realza las vertiginosas tomas aéreas de su cámara danzante y enérgica, y se une al mismo tiempo a su tan característico modo de filmar rostros en planos cerrados e intensos. 

A “Orgullo de estirpe" podría aplicársele esa etiqueta tan de moda de 'película menor' de Frankenheimer, lo que significaría que siendo muy correcta, pasa desapercibida, entre otras cosas por estar situada en un momento de transición – de los sesenta a los setenta – en su filmografía. Es una película recomendable para seguidores del cineasta, pero también para los amantes de Ford o Hathaway, ya que en realidad, “Orgullo de estirpe” es un interesante híbrido entre el género de aventuras y el western… ambientado en Afganistán. Toma ya.

Puntuación: 3,5 / 5

 

 

16 de agosto de 2012

Prometheus (Ridley Scott)


 [Prometheus, 2012, Ridley Scott]

Después de una larga ausencia actualizo con una película respecto a la cual me posiciono, para bien y para mal, en un punto de vista especial, el de acérrimo aficionado de la saga Alien (sí, incluso la de Fincher me gusta bastante, no la cuarta que ya es pura basura). Ridley Scott, del que tanto se dice que tiene una fama inmerecida y que ciertamente ha firmado verdaderos bodrios, es, pese a quien le pese, autor de dos obras maestras muy mitificadas pero de un talento indiscutible. A nivel personal, además, "Alien" (1979) y "Blade Runner" (1982) marcaron mucho mi juventud cinéfila y son dos de mis títulos de cabecera. La legión de fans de estas películas de culto esperaba ansiosamente el regreso del director británico a la ciencia ficción, género al cual la aportación de Scott es capital y absolutamente clave. En mi caso, debo reconocer que "Prometheus" despertaba más ilusión que expectativas, que eran más bien nulas. Y resulta que la decepción ha sido grande, porque la película es un despropósito con ciertas pretensiones de grandeza cuando habría sido mucho mejor si se hubiera propuesto ser un divertimento menos enrevesado. En realidad, me ha dado rabia porque cualitativamente hablando la película se acerca mucho más de lo que pensaba al original y lo roza con los dedos... pero comete fallos estrepitosos.


                Como es lógico, Scott se tomó el proyecto con mucho mimo e interés, y desde el primer momento quiso poner espacio de por medio entre "Prometheus" y la saga Alien. Y es evidente que en algo busca diferenciarse de su creación original: el filme es muy luminoso en lugar de oscuro; con bellos paisajes estelares, que recuerdan a las imágenes que nos proporcionan los telescopios actuales, y planos generales abiertos en lugar de pasillos claustrofóbicos; muy limpio y con una estética preciosista muy distinta a la atmósfera maloliente y húmeda del carguero Nostromo. Pero al mismo, y aquí está la paradoja, Scott y supongo que más bien sus guionistas, entre los que está el infame creador de “Perdidos”, no pueden evitar hacer copias burdas, directas e innecesarias del clásico de 1979.

El comienzo de "Prometheus" es muy bueno, crea rápidamente una atmósfera de adecuada profundidad a través de la vieja fórmula del hallazgo + inicio de un viaje. Durante la primera hora de película, las referencias a la saga son constantes, pero siendo eso, homenajes, y resultan deliciosos: los acordes del tema de Jerry Goldsmith, los famosos créditos de Saul Bass, los diseños originales de H.R. Giger, y una narración que calca la estructura de acontecimientos de Alien: la presentación de la misión, el elenco de secundarios de la tripulación, los primeros pasos de la expedición hacia la negrura de lo desconocido. Durante los primeros 45 minutos, la sombra de su predecesora no deforma el filme, sino que lo hace apetecible y simpático, sin exageraciones. Hasta que a los pimpollos que firman el guión les da, como no podía ser menos, por abigarrar la cosa. Escenitas de acción gratuita inundan el metraje reventando la lógica interna que hasta entonces se había logrado mantener, descabezan el buen ritmo de la película y hasta el montaje se resiente, dando lugar a momentos de estupefacción máxima que se saltan a la torera el nivel más primerizo y elemental de continuidad, tanto de guión como incluso visual (¡!). El pobre Scott aguanta como puede e incluso la ridícula escena clave de “Prometheus” (descarado intento de copiar el golpe de efecto de "Alien") está dirigida con bastante nervio y eficacia. Pero por desgracia lo peor está por llegar, y es que el tono inicial de homenaje a los clásicos de ciencia-ficción con monstruo se convierte directamente en un insulto al espectador. El acercamiento voluntario a "Alien" y los guiños a sus seguidores quedan una gran burla cuando se rompe esa intuible y bien conseguida conexión entre ambas películas, para dar paso a un final anticlimático que solo es un forzadísimo y chirriante puente con una segunda parte.

Posiblemente “Prometheus” sea mejor que la última de Batman, aunque todo lo bueno que tiene se lo deba a “Alien” y a la benevolencia de los aficionados de la saga como un servidor, que pese a todo nos lo conseguimos pasar relativamente bien. Pero por favor, que nadie quede en evidencia tratando de defender el nombre de Ridley Scott. Ni aunque aquí sea el menor de los culpables, ni aunque posiblemente haya hecho su película más decente en los últimos diez años (¿o incluso veinte?).

Puntuación: 2,5 / 5
 

26 de julio de 2012

Delitos y faltas (Woody Allen)

[Crimes and misdemeanors, 1989, Woody Allen]

Si tuviera que escoger la muestra más perfecta y concisa del cine de Woody Allen, probablemente me decidiría por "Delitos y faltas". Quizás no sea su mejor obra, ni la más genial, ni la más divertida, pero precisamente por no excederse y recrearse demasiado, precisamente por estar contenidos genio, ingenio y labia de Allen, es una deliciosa película estupendamente cronometrada, que funciona como un reloj de precisión con un complicado mecanismo para producir un resultado de lo más sencillo.

                “Delitos y faltas” culmina el periodo dorado de la filmografía de Allen, que para mí es la segunda mitad de los años 80 (para otros será quizás los 70, pero "Manhattan" y "Annie Hall" siempre me han parecido demasiado estridentes y verborreicas). Tras las célebres y celebradas "La rosa púrpura del Cairo” y “Hannah y sus hermanas”, Woody filmó dos soberbios y potentísimos dramas, algo menos conocidos y en los que no participó como actor, "Septiembre" y "Otra mujer", a los que sucedió la película que nos ocupa. Su gran interés radica en que el cineasta entrelaza en ella dos historias que son los paradigmas de su modo de narrar, y que anteriormente se habían manifestado de forma separada (como han seguido haciendo).

                De la primera vez que la vi guardaba el recuerdo de que una trama era considerablemente más sólida que la otra, es decir, que existía una trama principal y otra secundaria. Puede que incluso el propio Allen pensara de esa manera. Por supuesto, son muy comunes en sus películas múltiples tramas que afectan a un catálogo coral de personajes; sin embargo, en "Delitos y faltas" se busca intencionadamente una separación de las dos historias, aunque los personajes que las protagonizan se crucen y se conozcan entre ellos, hasta que al final se encuentran de forma prácticamente casual. Así, el primer protagonista es el oftalmólogo Judah (Martin Landau), un hombre maduro de gran éxito social y económico que tiene que lidiar de manera drástica con su amante (Anjelica Huston) cuando esta amenaza con revelar a su esposa la aventura que han tenido. El otro es Cliff (Allen), insatisfecho con su carrera de creador audiovisual y con su matrimonio, que conoce a la productora Halley (Mia Farrow) filmando un documental acerca de su insoportable cuñado Lester (Alan Alda). Seguramente el hecho de que Allen, absolutamente incapaz de salirse de su estanco registro de personajes, protagonice esta segunda trama, hace que bajemos un poco la guardia y nos tomemos menos en serio su frustrado romance con Halley aderezado con las clásicas escenitas en restaurantes, paseos por el parque y conversaciones intelectuales al uso. Y es que por otro lado, la historia de Judah es excelente y con un ritmo y un tono muy inusuales: evidentemente sin el toque cómico/patético que suele rodear a Allen cuando actúa, este segmento se adentra en el noir con referencias a Fritz Lang y su obsesión por la conciencia y la culpa. Resumiendo: sí, es muy fácil que de primeras nos cautive mucho más la lucha moral de Judah debatiéndose entre asesinar o no a su molesta amante.

                Pero, reflexionando un poco, ¿no es un gran mérito el de Allen el hacer convivir simultáneamente esas dos tramas aparentemente dispares? "Delitos y faltas" dura 100 minutos, y en ese tiempo se condensan y se alternan con un montaje sobresaliente dos historias que podrían dar para una película entera, como de hecho dan: no hay más que mirar los otros filmes en que actúa Allen para ver enésimas versiones alargadas del segundo segmento. Y en cuanto al primero tenemos una comparación que clama al cielo: "Match Point", posiblemente la mejor y más ambiciosa película de Allen de los últimos diez o doce años, es un telefilme recargado y sobreexplicado (124 minutos frente a unos 50) en comparación con la maestría narrativa de la trama de Judah en “Delitos y faltas”. Me imagino cómo sería un montaje alternativo de la película únicamente con las secuencias de esta trama, que incluyen desde flashbacks hasta una escena medio onírica en la que un atribulado Judah interactúa con sus ancestros, y el mediometraje resultante serviría como un excelente y pedagógico ejemplo de cómo contar un intenso relato desde la concisión y moderación. Pero es que para más inri, por si esto fuera poco, Allen aprovecha los 50 minutos restantes que le quedan para, en las elipsis entre escenas de la primera historia ¡contar una segunda!, una segunda que en comparación, admitámoslo, es más ligera y fácil, “à la Allen”, pero que aun así se encuentra entre lo mejorcito suyo. 

                Escribiendo esta entrada me he dado cuenta de que me gusta tanto "Delitos y faltas" porque es un Woody minimalista. Mis favoritas suyas, esta al margen, son las que he citado antes y alguna otra como “Interiores”, pero “Delitos y faltas” es una condensación, por partida doble, de lo mejor de Woody, eliminando justamente la paja y florituras que normalmente suelen molestarme de su cine. Una delicatessen, que sacia del todo sin llegar a empachar.

Puntuación: 4,5 / 5






20 de julio de 2012

Moonrise Kingdom (Wes Anderson)

 
[Moonrise Kingdom, 2012, Wes Anderson]

Me produce un confortable e infantil placer saber que cada dos o tres años hay un nuevo estreno de Wes Anderson. Lógicamente, hay muchos directores contemporáneos a los que sigo con interés, pero ningún otro me vuelve tan sensible y diría que la ilusión con la que espero su siguiente película no es igual a ninguna otra. Una de las estrategias más evidentes de Wes Anderson es haber fidelizado a una audiencia con un cine muy específico. No me refiero solamente a sus temas o a cómo filma desde un punto de vista formal, sino a una sensación de como si por el celuloide corriera su mismísima sangre. Creo que solo Tim Burton, Hayao Miyazaki o Terry Gilliam (con la sombra de Fellini planeando por encima) son comparables con Anderson, en cuanto a lo imaginativo, lo rico y lo peculiar del universo que florece en sus películas. Anderson, como Burton y Miyazaki, es un maravilloso cuentacuentos. 


Tenía el ligero temor de que "Moonrise Kingdom" pudiera dar muestras de un cierto cansancio, que Anderson comenzara a abusar de sí mismo y a repetirse. De hecho, quizá a algunos se lo parezca, pero yo creo que está fresquísimo y con las pilas cargadas al máximo. Lo cierto es que tampoco arriesga mucho y juega sobre seguro. Es decir, "Moonrise Kingdom" es un Wes Anderson puro, y así como en “Fantástico Sr.Fox” hizo una apuesta por la animación, no se percibe en esta ninguna intención de explorar nuevos terrenos. Es más, es incluso el filme que posiblemente bebe más de los anteriores; en concreto, de “Life aquatic", lo que se aprecia hasta en secuencias (como el redactado/narración de cartas) y movimientos de cámara muy específicos (como cuando se describe la vivienda inicial al principio del filme).

La acción transcurre en un escenario muy propio de Anderson: New Penzance, una diminuta isla de Nueva Inglaterra (inventada, por supuesto). Uno de los frecuentes y curiosos personajes secundarios habla a la cámara al comienzo de la película para proporcionar al espectador la información más trivial y anecdótica acerca del lugar. Así, a través de escuetas y divertidas pinceladas enseguida conocemos a todos los personajes y se presenta el conflicto: el joven scout Sam, huérfano de padres, se fuga con su enamorada Suzy, la mayor de los cuatro hijos de un plomizo matrimonio de abogados. La película cubre su huida a través de los pintorescos paisajes de New Penzance mientras todos tratan de hallarlos.


Los clásicos héroes lunáticos de Anderson son en esta ocasión una pareja de niños, y el cineasta deja en evidencia al mundo de los adultos, desplegando una vez más su fantasía repleta de inteligente humor contenido, cariño y unas gotas de melancolía. No me cuesta nada pensar en Sam como el propio Anderson, o quizás en Ward, el jefe de los scouts, un simpático e inocente personaje que interpreta estupendamente Edward Norton pero que parece escrito para Owen Wilson, protagonista incondicional y esencial del cine de Anderson, del que se ausenta por primera vez. Ward es el puente entre el país de las maravillas andersoniano y el mundo real, entre la pareja de infantiles amantes y las personas mayores, retratadas de manera incluso mordaz. Desde los padres de Suzy, (unos cansados, feos y mal envejecidos Bill Murray y Frances McDormand) hasta el líder del gran campamento scout a quien le estalla una cabaña llena de petardos (Harvey Keitel en horas bajas) pasando por la rígida y fría asistente de los "Servicios Sociales" que quiere llevar a Sam al orfanato (Tilda Swinton vestida con una ridícula capa estilo superhéroe). El más ambiguo es el capitán Sharp, encarnado por un inusitadamente genial Bruce Willis, el triste y solitario policía de la isla que vive en una caravana y tiene una descafeinada aventura con la madre de Suzy, pero que acaba cogiendo afecto a Sam y es el único 'adulto real' que rompe una lanza a favor de los niños. 


En lo visual, “Moonrise Kingdom” está repleta de iconos y elementos andersonianos. Los scouts son uno de los mejores, con sus uniformecitos, sus insignias y su ridícula e inútil pero estimable jerarquía (otro guiño al equipo de Steve Zissou). Hay momentazos cien por cien Anderson, como cuando Sam abandona la representación teatral del Diluvio Universal y el travelling que lo acompaña muestra a docenas de niños disfrazados de animales en parejas preparados para entrar en escena. La pasión/fetichismo del cineasta por los gadgets y por los detalles se multiplica y de nuevo Sam y Suzy son el reflejo de Anderson en el espejo, cuando para fugarse se llevan consigo un tocadiscos, comida para gatos y una maleta repleta de libros de magia y aventuras.

Pero por encima de la extravagancia de sus bromas y sus gags, de la belleza y el encanto naíf de sus personajes y sus escenarios, "Moonrise Kingdom" es una preciosa historia de amor. Algunas escenas son de gran ternura: él defendiéndola a ella con un rifle de juguete frente al resto de scouts que vienen a capturarlos, clavándole los pendientes en las orejas en una dulce alusión a la pérdida de la virginidad, o ambos cruzando las islas en búsqueda de su primo scout para que los case. Por el contrario, otras son de fuerte intensidad dramática, amenazan con abandonar el tono cómico y ligero y transformar súbitamente la película en una tragedia: el rayo, la inundación y la secuencia final en el campanario. He aquí lo delicioso del cine de Anderson, su habilidad de cuentacuentos a través de la mezcolanza de registros narrativos y un poderío y una personalidad estética únicas. Un cine puro, límpido y muy hermoso.



No quiero terminar el artículo sin referirme a los colaboradores en el plano artístico que hacen que el universo andersoniano en "Moonrise Kingdom" vuelva a ser, de nuevo, espléndido, divertidísimo, y lleno de energía y originalidad. La fotografía de Robert D. Yeoman y el diseño de decorados de Kris Moran (ambos habituales de Anderson), así como el diseño de vestuario a cargo de Kasia Walicka-Maimone derrochan un buen rollo y una frescura que ya quisieran para sí miles de acartonados y formalistas profesionales del gremio. Y la mención final es para Alexandre Desplat, seguramente uno de los mejores compositores del cine americano actual: la música es también importantísima en las películas de Anderson, y el francés ofrece un encantador recital de piezas que lo demuestran mejor que nunca.

Wes, lo has vuelto a conseguir. Sigue así, ya espero con ansias la próxima.

Puntuación: 4,5 / 5










7 de julio de 2012

El jardín de los Finzi Contini (Vittorio De Sica)


 
[Il giardino dei Finzi Contini, 1970, Vittorio De Sica]

Es curioso como en cine hay que temas, quizás por repetición, parecen provocar un cierto rechazo a veces casi instantáneo. Así sucede con el nazismo y el Holocausto, seguramente el ejemplo más sangrante; particularmente a mí me suele dar un poco de pereza ver una película dedicada a ello si el enfoque no tiene ningún aporte de originalidad. Este es el caso de "El jardín de los Finzi Contini", un afectado romance de trasfondo histórico teñido de solemnidad y seriedad. A pesar de que fue galardonada con el Oscar a mejor película extranjera y el Oso de Oro en Berlín, su perduración en el tiempo ha sido más bien discreta. Entre otras cosas, por el hecho de que Vittorio De Sica, eminente maestro del neorrealismo, es mucho mejor recordado por otros filmes, y de hecho “El jardín de los Finzi Contini” tiene aspecto de encargo (es una adaptación de un novelón de Giorgio Bassani) y fue realizado en una época de declive para De Sica.

En la ciudad norteña de Ferrara habitan diversas familias judías adineradas, entre ellas los Finzi Contini. La película retrata el auge del fascismo en los albores de la guerra y cómo repercute en los derechos y posición social de los judíos, además de personalmente en los protagonistas. Principalmente dos: Giorgio y Micòl, la hija de los Finzi Contini. En esa turbulenta atmósfera se desarrolla la relación entre ambos jóvenes y algún que otro amigo más.

“El jardín de los Finzi Contini” no es mala película, pero se queda a las puertas de ser una buena. O sea, de destacar, de sorprender, de enganchar, de proporcionar esa originalidad que mencionaba. Su academicismo echa mucho para atrás, todo en ella es bastante predecible y con regusto a conocido, desde la evolución del romance entre Giorgio y Micòl hasta escenas muy concretas, particularmente las que ofrecen esas mini-lecciones de historia sobre el impacto del fascismo (ej: cuando a Giorgio le echan de la biblioteca o a su familia no se le permite tener doncella por ser judíos). Toca decir aquello de que es una película con esqueleto de telefilme, sobre el que hay que poner mucha carne para intentar elevarla. Y hay que decir que De Sica se esfuerza mucho y lo consigue. 

Efectivamente, "El jardín de los Finzi Contini" (que pese a todo se deja ver muy bien) cuenta con dos inestimables aportaciones. La primera es la del director de fotografía Ennio Guarnieri, con quien De Sica filma las imágenes envueltas en un aura un tanto irreal, casi mágica, impregnadas de una borrosa neblina e iluminadas por una luz blanquecina y brillante que rescata un poco de personalidad propia para la película. La de la hermosísima Dominique Sanda que da vida a Micòl es la segunda y más importante colaboración y el motivo por el que quería escribir esta entrada (más bien, publicar las imágenes). Su rostro celestial es perfecto para el "mood" triste y bello con el que De Sica rueda en las calles, los salones y los jardines de Ferrara, y aunque quizás es un poco atrevido, un ejemplo de cómo la presencia y los primeros planos de una actriz pueden insuflar tanta sangre al celuloide. "El jardín de los Finzi Contini" es una de esas películas para ver una vez, a pesar de alguna secuencia inusitadamente brillante (las llamadas telefónicas anónimas a la casa de Giorgio mientras la familia canta reunida a la mesa)... salvo, tal vez, por el irresistible sol ardiente que es Dominique Sanda. A ella va dedicado el artículo.

Puntuación: 3 / 5